Deleuze y Guattari comienzan su libro ¿Qué es la filosofía? con una reflexión muy bella:
“Tal vez no se pueda plantear la pregunta ¿Qué es la filosofía? hasta tarde, cuando llegan la vejez y la hora de hablar concretamente. De hecho, la bibliografía es escasa. Se trata de una pregunta que nos planteamos con moderada quietud, a medianoche, cuando ya no queda nada por preguntar.”
¿Quién tiene la respuesta a esos conceptos máximos de la vida humana como el amor, la muerte, la filosofía o el límite de lo humano?
Es normal que plantearse la pregunta sobre la filosofía, desde el propio hacer de la filosofía misma, sea algo que se manifieste ya en un momento de la vida donde nos encuentre cansados. Despojados de todo quehacer académico quedan sólo unas preguntas importantes. Se abre ese otro mundo donde las preguntas (¡y las respuestas!) que antes nos valían de verdaderos muros de protección caen ahora. La pregunta inicial aparece como epifanía. Todavía queda la fuerza de hacer el intento.
Particularmente no tengo la más mínima idea de la respuesta. Pero lo mismo me pasa con cualquier concepto arrebatado de su lugar de aplicación. Entiendo perfectamente que se pueda responder a la pregunta sobre la filosofía de la tecnología o de la medicina. Sin embargo, me encuentro en un embrollo cuando se me exige una respuesta sobre un concepto. Es verdad que la filosofía, acaso y en algún punto, se encarga de los conceptos. Pero ¿quién tiene la respuesta a esos conceptos máximos de la vida humana como el amor, la muerte, la filosofía o el límite de lo humano? Algunos pensadores tienen más certezas. Han transformado el objetivo de la filosofía en su propia definición: la filosofía sirve, al fin y al cabo, para establecer un quehacer, lo que es lo mismo que decir que toda filosofía tiene, en definitiva, un objeto ético. Por lo tanto, dirán, la filosofía no es otra cosa que la búsqueda de establecer un hacer y un territorio. Volver entonces a la pregunta es sin duda una manera de concentrarnos. Heidegger lo había notado cuando en 1955 pronuncia la conferencia ¿Qué es la filosofía? En ella, el autor comienza planteando algo del todo correcto:
“Con esta pregunta tocamos un tema muy amplio y extenso. La amplitud del tema hace que éste permanezca indeterminado. Por eso, podemos abordarlo desde los más diversos puntos de vista y siempre daremos con algo correcto.”
No tengo claro, menos aún, si es necesario volver los ojos hacia la Grecia clásica o hacia Francia o hacia el Perú.
Ese tema muy amplio, para Heidegger, exige recorrer un camino. En definitiva, lo que busca es volver los ojos hacia Grecia.
No voy a decir que la filosofía hablaba griego para hablar ahora español (o alemán o francés). Ni siquiera sé qué quiere decir que hable un idioma. No tengo claro, menos aún, si es necesario volver los ojos hacia la Grecia clásica o hacia Francia o hacia el Perú. Sé que hay, evidentemente, personas concretas que hacen filosofía. Muchas de ellas son reconocidos profesores. Algunos sólo escriben libros o artículos en revistas indexadas de primera clase. Hacer filosofía, según esto, es escribir artículos o dar clases en la universidad. Pero, en todo caso, nos estamos yendo por un camino demasiado sinuoso. Nos ha parado la emboscada de establecer el objetivo y no la definición. Una definición requiere cierta tosquedad breve. Tampoco vale la trampa de volvernos hacia la etimología. Eso sería desprestigiar la pregunta actual. Decir que la filosofía es ser amigo de la sabiduría no quiere decir absolutamente nada si no nos ponemos de acuerdo antes sobre lo que significa “ser amigo” y, particularmente, “sabiduría”. La etimología es un enemigo al que hay que matar. No sirve más para que unos pocos filólogos se diviertan, toda vez que se intenta descubrir en ella una verdad primigenia que daría sentido a no sé qué cosa del uso actual.
La filosofía da respuestas, claro. Toda la historia de la filosofía da cuenta de ello. A los pensadores les gustan las respuestas, se embalan en teorías y buscan que sus obras contengan argumentaciones internas del todo claras (al menos para ellos mismos). Es todavía una pregunta válida saber si la filosofía (lo que ella sea) debe tener conversaciones con la realidad que la rodea. Mi respuesta es absoluta: sí. Pero hasta aquí llego. ¿Qué quiere decir que tiene que tener relaciones con la realidad que la rodea? En todo caso, toda aquella persona que hace filosofía lo hace siempre desde un lugar determinado. Muchos de nosotros, demasiado deleuzianos unos, demasiado hegelianos otros, escribimos desde lo más hondo de la realidad latinoamericana. ¿Los cortes de luz o la inestabilidad económica no son, acaso, factores que influyen a la hora de problematizar la realidad? ¿No ha influido el Mayo Francés a la escritura de El antiedipo? ¿Existe la posibilidad de deshacernos de todo aquello que nos despotencia de un determinado hacer? Hay realidades socioeconómicas difíciles de sortear y, en muchas ocasiones, he escuchado a colegas que han dejado de hacer filosofía atormentados por una disciplina que no les daba el suficiente sustento para mantenerse. Como consecuencia, es posible que se convierta un quehacer del todo noble en un acto del todo aristocrático. Nosotros, los pobres, nos iremos quedando sin palabras. O, si nos quedan palabras, sin lugares para decirlas. Volvamos, para terminar, a la pregunta que nos convoca: ¿Qué es la filosofía? No sé si la filosofía deba tener una definición. Tal vez haya que tratarla como una máquina, y no metafóricamente, una máquina de máquinas. Es posible que, todavía, haya que ser estrictamente funcionalistas.