Borges relata en su cuento Del rigor en la ciencia la historia de unos cartógrafos que, descontentos con la precisión de sus mapas, decidieron confeccionar uno tan detallado y colosal que resultó ser inútil. Como bien se ha dicho, “un mapa no es el territorio que representa”, pero en este relato la situación adquiere un matiz diferente: el mapa intenta suplantar al territorio.
La “precesión de los simulacros”, concepto acuñado por Baudrillard, describe una inversión de roles en la que el modelo se convierte en una entidad dominante que oculta la realidad. Esta idea implica que lo que antes eran simples representaciones de la realidad ahora son simulacros que dan forma a la misma. Este proceso de precesión implica una priorización y un moldeado de la realidad a imagen y semejanza de ciertos intereses.
En la actualidad, nos encontramos inmersos en una era caracterizada por la comunicación de masas y una cultura dominada por la imagen. En este contexto, los símbolos y los signos han adquirido una autonomía propia, separándose de la realidad que originalmente pretendían representar. En este sentido, los simulacros, las imágenes y las representaciones han ocupado el lugar de lo real, siguiendo el patrón descrito por Borges en su cuento. En consecuencia, la realidad se ha convertido en una mera copia de estas representaciones, lo que evidencia el poder de la cultura mediática para moldear nuestra visión del mundo.
El predominio del simulacro ha desplazado por completo a la realidad, relegándola a una entidad definida por su naturaleza simulada: la hiperrealidad. Esto conlleva a que la autenticidad original de la realidad ya no sea discernible; más bien, esta se configura como una construcción simulada que ha adquirido cierta autarquía. Este fenómeno eclipsa la distinción tradicional entre lo genuino y lo artificial, difuminando los límites entre lo verdadero y lo falso.
La realidad solía ser un punto de referencia sólido y compartido entre los seres humanos, un espacio vital que brindaba seguridad y certeza. Sin embargo, en la actualidad, esa realidad ha sido “asesinada” y reemplazada por ilusiones que se nos presentan como reales, tan convincentes que no solo no podemos distinguirlas de la realidad misma, sino que incluso la auténtica realidad nos parece una mera copia. Este cambio ha generado una transformación en nuestra comprensión de la verdad. En ausencia de referentes tangibles, la verdad se ha vuelto susceptible de ser encontrada en la propaganda y la publicidad, debido a su masificación y su repetición acrítica.
Esto conlleva a que la autenticidad original de la realidad ya no sea discernible; más bien, esta se configura como una construcción simulada que ha adquirido cierta autarquía.
Para ilustrar cómo el simulacro puede suplantar la realidad, consideremos el caso del presidente Milei, quien recurrió a una cuenta de X (Jumbo bot) que compartía información sobre la variación de precios en la canasta básica del supermercado para respaldar su argumento sobre la baja de precios en Argentina. ¿Fue esto simplemente un error o un escorzo? De manera similar, el expresidente Macri declaró: “mi error fue no contarle toda la verdad a los argentinos”, sugiriendo que, al admitir un supuesto error, se establece como verdadero todo lo contrario a ese error. Este tipo de estrategias lingüísticas, reminiscentes de los sofistas, buscan moldear la percepción pública a través de la manipulación del lenguaje. Este fenómeno se evidencia aún más en la forma en que se ha tratado la memoria de los desaparecidos, donde la exageración de la corrección en los datos busca que el simulacro preceda a la realidad, convirtiendo la falsedad en una nueva verdad que se ajusta a la excusa de una pretendida “verdad completa”.
Un simulacro que se impone como “realidad” no solo altera la percepción de lo auténtico, sino que también transforma toda la realidad en una representación simulada volviéndose contra sí misma. Para que el simulacro reemplace finalmente a la realidad, es necesario que no quede ningún vestigio de la auténtica realidad; de lo contrario, existiría un punto de comparación que socavaría su prioridad y precedencia. Esto explica la constante letanía del neoliberalismo de “dejar atrás el pasado” y “mirar para adelante”. El pasado condena con la realidad la usurpación del simulacro: prefieren olvidar para que el simulacro pueda imponerse sin punto de anclaje ni referencia. En este sentido, aquellos que controlan la narrativa se convierten ellos mismos en simulacros. Quizás Borges en su cuento tuvo una visión del final: “en los desiertos del Oeste perduran despedazados Ruinas del Mapa, habitadas por Animales y Mendigos”.