Transcurre el año 2000. El inicio de un nuevo milenio y el declive de otro. Se deja atrás un siglo alborotado, hastiado, acaso, por un sinnúmero de acontecimientos lúgubres y de avances científicos extraordinarios. Historiar el siglo veinte, percibir la unidad de sus eventos, es solo un artilugio que aparenta causalidad. A una parte de la filosofía le gusta enaltecer, en el devenir histórico, los momentos de ruptura. Discontinuidades. Quebrantos en una supuesta línea ideal cuya dirección fue planeada en los albores del tiempo. Así, acentuando el surgimiento de nuevos comienzos cuya singular aparición deja tras sí un mundo inerte que se convertirá en ámbito de investigación para curiosos historiadores, emergerá otro tiempo con nuevas preguntas.
Elegiré, entonces, un momento y un evento en la línea del tiempo: el siete de febrero del año dos mil, y el pacto de una entrevista con H.G. Gadamer para el periódico Corriere della Sera en conmemoración de sus cien años. La periodista e interlocutora del diálogo es la filósofa italiana Donatella Di Cesare, discípula del propio Gadamer. Para entonces el avance de la filosofía analítica es un hecho. «Europa parece haberse convertido en Norteamérica», afirma el autor de Verdad y Método. El padre de la hermenéutica del siglo XX cree que «los filósofos se encuentran ausentes de todo. Reducidos al confinamiento, a la torre de marfil de las academias y universidades. Pero aunque el desierto crezca la filosofía seguirá viviendo, vivirá al menos en la exigencia de filosofía que existe en cada uno de nosotros».
El diagnóstico final es por lo menos optimista. Estas apreciaciones de quien fue uno de los representantes más importantes de la filosofía del siglo pasado tienen más de dos décadas. La interpelación que suscita Gadamer genera incomodidad porque resulta actual, porque el conflicto que atraviesa la filosofía rememora preguntas inquisitorias respecto a ¿Qué rol ocupa la filosofía en la actualidad? ¿Para qué sirven sus formas de entender las cosas?
Me aventuro a conjeturar que en el panorama actual emerge una ironía. Nunca se escribió tanto sobre filosofía en un mundo donde ya no existen prácticamente los filósofos y filósofas. Una especie en extinción. Ser filósofo/a en estos tiempos rememora la locura de don Quijote, rematado de su juicio, quien se creyó caballero en un mundo donde ya no existen los caballeros andantes. Esto no es una invectiva contra la filosofía. Es una simple descripción de los efectos de su profesionalización institucional.
Ignoro si esta forma delirante de practicar la filosofía durará mucho tiempo. Lo cierto es que las figuras de autoridad determinan gran parte de la reflexión filosófica. No viene al caso si las figuras son Hegel, Platón o Kant. Los efectos de la historia influyen en nuestras costumbres, prejuicios, sociedad y en nuestras formas de vida. Afirmar la importancia de los efectos operantes de la historia efectual es incurrir en una perogrullada. También en un pleonasmo. Pero quiero justificar la utilización de las ideas de la hermenéutica. Invoco a Gadamer por los rasgos de su obra.
Y deseo aprovecharlas por tres razones. Primero, por una cuestión referente a mi propia formación. Gadamer es el autor que más frecuento. Segundo, porque es constante en el pensamiento de Gadamer la rehabilitación de las formas del saber en la historia de la filosofía. Basta notar su inclinación por lo clásico, por la tradición humanista, por Platón, cuya figura se yergue con autoridad en el manejo filosófico del diálogo, por el relevante papel de la phrónesis [prudencia] aristotélica, modelo epistemológico de la hermenéutica. Y tercero, por su concepción agustiniana del lenguaje, que el filósofo canadiense Jean Grondin supo aprovechar con ingenio; concepción del lenguaje permisible para una filosofía emergente. En el medio lingüístico no se agota por completo la experiencia hermenéutica, reza la última tesis. Lo que experimentamos no podemos decirlo por completo con nuestras expresiones.
La filosofía se escribe en un único libro que abarca la historia inquisidora del espíritu humano.
Esta es una apología frente a una invectiva, una acusación recurrente que se le hace a la hermenéutica. La recriminación de un conservadurismo latente en el pensamiento de Gadamer. Es cierto. El papel de la historia, la tradición, los prejuicios y el lenguaje obturan el surgimiento de novísimos pensamientos. Pero ¿no es cierto que la experiencia no se agota en el medio del lenguaje?
¿No es cierto también que siempre podemos decir lo que experimentamos con nuevas expresiones porque nunca podemos comprender del todo? Somos seres finitos con ansias de infinitud en un mundo que nos sobrepasa por completo. Nos queda narrar lo acontecido en una inagotable articulación en el lenguaje. Siempre estamos en busca de las palabras adecuadas para poder decir lo que mentamos sin poder agotarlo en lo que decimos. Un juego infinito entre el decir y la incapacidad de lograrlo. Nos queda entonces mostrar lo que no podremos decir pero que se muestra en lo dicho. Presente allí. Firme. En una unidad de sentido con una infinitud de cosas no dichas que solo de este modo se lo puede hacer entender.
Este planteo comprende a la historia como algo indeterminado. No hay razones para el conservadurismo. Hay un argumento desconcertante de Ian Hacking al final de su libro Rewriting the Soul al respecto que no desarrollaré por completo. Sin embargo, no me prohibiré de mencionarlo brevemente. La idea original es de E. Anscombe. Las acciones humanas, presentes y pasadas, pueden ser explicadas con diversas descripciones cuyo papel es ser la descripción que racionaliza y explica una acción. Aplicando este argumento en retrospectiva temporal, es decir, al pasado, podemos narrar de múltiples formas las acciones. Tal vez un esquema ayude a comprender:
Suplantemos este esquema por oraciones. Supongamos que “y” es “Hay un hombre en la vereda que levanta una mano y la mueve”, la acción es una, el movimiento corporal, y ante la pregunta sobre cuál es la descripción de la acción, se dice “x1” “Saluda a z”; “x2” “Se despide”, “x3” “Se está marchando”, etc. ¿Cuántas acciones hay aquí? Una, y tres descripciones. La potencia del argumento de Hacking yace en la disponibilidad de nuevas descripciones aplicables a la acción, descripciones y redescripciones que organizan y reorganizan la acción humana, la historia, incluso la propia identidad biográfica.
Es un argumento con ingenio que fundamenta el anacronismo. Recusar mi pobre resumen explicativo es muy fácil. Y quizás se le pueda recriminar una mala interpretación a Hacking de las ideas de Anscombe. Pero lo que quiero mostrar es que si bien el aspecto conservador de la hermenéutica la convierte en un ancla aferrada al pasado que nos deja en parálisis, esta dificultad se ve mitigada por la potencia del lenguaje, por la posibilidad de una narración del pasado que nunca tendrá término en la medida en que buscamos las palabras -o descripciones- adecuadas para poder decir lo que mentamos sin poder agotarlo en lo que de hecho decimos.
La filosofía seguirá viviendo, porque, entre otras cosas, puede mirar su propio pasado y reescribirlo con la obstinada búsqueda de nuevos sentidos. Quisiera, para concluir, retomar las preguntas iniciales. ¿Qué rol ocupa la filosofía en la actualidad? La filosofía es esencial no porque ocupe tal o cual rol en nuestras sociedades, sino porque es inherente a la condición humana. Surge de nuestro asombro ante el vasto universo, ante todos los hijos de la gran explosión cósmica que retomamos en la prodigiosa palabra ser. En este sentido la filosofía forma parte constitutiva de nuestra existencia. Deseo iterar las justas palabras de Gadamer en la mencionada entrevista de aquel siete de febrero: «Se quiera o no, hay una disposición natural del hombre a la filosofía. Puede ser obedecida o no. Cierto, hoy no es obedecida. Pero mientras exista el hombre y la humanidad del hombre, existirá también la filosofía».
¿Para qué sirven sus formas de entender las cosas? La pregunta connota cierto utilitarismo, ¿para qué sirve la filosofía? Ciertamente no me agrada la manera de formular la cuestión. Sin embargo, basta decir que nuestras instituciones, sociedades, nuestras lenguas, nuestros comportamientos, la acción humana, la gnoseología, la ética, la cultura, etc., fueron siempre asuntos de indagación de la reflexión filosófica. Se vitupera a la filosofía por la falta de utilidad, pero desde la antigüedad pensó el andamiaje, la arquitectura que organiza nuestras sociedades e instituciones. La filosofía, con la peculiaridad de sus preguntas, sus modos para indagar la actualidad, su conflictiva relación con su propia historia y sus modelizaciones teóricas, son aportes vitales para una sociedad.
Somos seres finitos con ansias de infinitud en un mundo que nos sobrepasa por completo.
La filosofía ha tenido matices a lo largo de los siglos. Y no deseo tomar partido por ninguna de sus tendencias o sistemas filosóficos. Confieso no haber inquirido en toda su historia, ni indagado en sus pormenores, pero sé lo que es. En su extenso devenir predomina una iteración de preguntas que recorren los textos filosóficos. La filosofía se escribe en un único libro que abarca la historia inquisidora del espíritu humano.
Gadamer murió dos años después de la entrevista. Fue diestro en el diálogo; haragán en la escritura. Escribió un solo libro, aunque dejo una plétora de escritos breves repartidos en diez volúmenes. Barajó gran parte de los problemas filosóficos. Vivió ciento dos años, hasta morir el trece de marzo de 2002. Suele decirse que Gadamer urbanizó la provincia de Heidegger, el gran maestro de Messkirch, quien comprendió que la existencia humana que se pregunta por el sentido de su propio ser y, por el sentido del ser, se encuentra ante la inquietante incomprensión de su propia existencia.